Algo que aprendes cuando callas durante un tiempo entre tanto ruido mediático y disertación de grupos es que hay gente que al final no sabe si teme más tu silencio que tu palabra o es al revés. Solo esperan el meme sutil y gracioso del plutócrata o de la rata de turno. Aún sigo sin entenderlo. ¿Por qué...? Cuando tienes tiranos financiados mediante fondos supranacionales y expansiones de crédito disfrazadas de ayudas para la nueva emergencia, y patócratas infectando con el edor de su verborrea hasta el mismo seno de tu familia, no necesitas a un comediante; esperas al meteorito, llamas al exterminador, te conviertes en él o en el cambio que quieres ver en el mundo. En todas las manos y hogares ya hay pantallas que son tan sutiles como ese meme viral. Una maravilla del ingenio humano y ¿qué nos muestran y nos mostramos mediante estas maravillas del ingenio humano?: Entretenimiento. Postureo. Amenazas científicamente imposibles. Noticias falsas. Realidades inexistentes. Ficciones alternativas. Juegos de sangre socialmente orientados. Sucedáneos que todo el mundo repite como un sinsonte medio tarado...
En fin. Basura; ¡Mierda al fin y al cabo! Y es así porque cuando la crisis se siente, la gente a la que le gusta llamarse a sí misma "el pueblo" no quiere pensar; Quiere reir. Quiere pan, quiere circo y dopamina en forma de "me gustas", visitas virtuales, memes, fotos de animalitos, gol, carcajadas instantaneas, reafirmación de opinión lanar y streaming en dosis recurrentes de 30 segundos. Es por ello que el circo, la comedia y los cuelgues de dopamina ya eran la argucia en Roma para camuflar las relaciones antinaturales y la atmósfera irrespirable en medio de su caída y hoy se ha vuelto a imponer. Como por extrema necesidad anestésica del ilota que está siendo desechado por exceso de ganado. En aquel tiempo puede que tuviera sentido, puesto que la ensalada de culturas creada a base de conquistas bélicas se traducían para el común de los romanos en derechos de propiedad sobre los grupos de analfabetos que solo podían servir de esclavos y moneda de cambio.
Si Cicerón viajase en el tiempo hasta nuestros días, después de recorrer más de 2.000 años, se volvería a encontrar a los mismos grupos de analfabetos-esclavos con otras malas costumbres, las nuestras modernas, pero que ahora, a pesar de que se les presupone la capacidad de leer, ni siquiera saben que no saben y, sin embargo, mantienen la mirada fija en la pantalla de un teléfono móvil, como pretendiendo saber lo que no pueden saber ni con la ayuda de un traductor, ni con los límites políticamente correctos de la inteligencia artificial. Todo un gran colofón al mal hábito de no tener que pensar por sí mismos en ese estado de coma inducido, perenne y depresivo, que impide a las masas ver qué pasa realmente a su alrededor. Sin sueños, a merced de las redes sociales, aparentemente acompañados pero con conocimiento perfecto de lo que es sentirse aislados y solos en la sociedad de los solos, los envidiosos, los rencorosos y los depravados.
Hay quien argumenta que las artimañas subversivas del globalismo de hoy, en formas de entretenimiento y noticiarios para mostrarnos la siguiente amenaza y el siguiente enemigo, no es una guerra de civilizaciones. Estoy perfectamente de acuerdo. Es una guerra contra la humanidad y el hombre al fin y al cabo. La noticia es que no hay nación que no la esté perdiendo antes de emprender siquiera una primera acción de defensa realista y real.
Destrucción de identidad hasta los confines del Yo biológico. Deuda perpetua. Pobreza infantil y juvenil. Pobreza entre los ancianos. Desempleo. Personas de todas las edades, muriendo sutilmente asesinadas en diferido, que son enterradas entre falacias que mantienen conforme a un ganado nesciente que espera la llegada de un perro, de "izquierdas" o de "derechas", que medio haga de buen perro-pastor. Supongo que debe ser frustrante, como ejercicio del que por veto autoimpuesto evita pensar y actuar por sí mismo, y como acto típico del nesciente que deliberadamente decide no saber, el debatirse entre el «hombre-masa» de Gasset o el «bárbaro positivo» de Chesterton, sabiéndo que ya solo quedan patócratas y la imposibilidad de escapar a sus patocracias.
Vejez, COVID, deporte, obesidad, cambio climático, alcoholismo, vicios... ¡Excusas! Los motivos no importan, la vida no importa. Lo que está bien o mal ya no importa. Cualquier cosa vale con tal de no asumir el suicidio colectivo de una masa sin principios ni identidad cómplice de su propio genocidio y esterilización forzada. La tasa de nacimientos nunca ha sido tan baja; No es sorprendente ¿Quién quiere traer niños a este mundo si la aspiración espiritual más alta es cambiar mágicamente de sexo, convertirse en funcionario o chef influencer, tragarse un meme o un short y tener un gato para llenar el hueco restante del vacío existencial?
Hemos ido corriendo directos hacia el abismo y nos hemos lanzado al vacío ante la promesa satánica de la salvación. Puede que ya no exista la posibilidad de volver atrás, que la reparación del daño sea virtualmente imposible con ningún tipo de ficción jurídica hasta ahora inventada, pero la mayoría ha eliminado su instinto de supervivencia y sentido de comunidad hasta tal punto que necesita un mensaje en Telegram, Facebook o WhatsApp diciendo que la certeza de no hacer nada es hundirnos hasta el más profundo abismo y que, todos y cada uno de nosotros deberíamos empezar a hacer algo en lo intrapersonal y lo extrapersonal, como reconocer que la pasividad, la neutralidad o la ilusión de tolerancia que nos hemos montado, forman parte del espectro de la complicidad vergonzosa que nos está matando y que, si hay que caer y terminar así, todavía se puede conservar en algo la dignidad que tanto promulgamos con esa otra ficción de los Derechos Humanos, aunque sea haciendo algún aspaviento para ver si, por un milagro cósmico, alguno de nosotros sobrevive a la caída y tiene una segunda oportunidad de hacer lo correcto.
En fin. Solo quería participar del ritual de celebración y felicitación del nuevo año gregorino y, dadas las circunstancias que hacen probable que muchos de nosotros no volvamos a vernos, es lo mejor que se me ha ocurrido. No desearte felicidad o suerte, tan solo cojones. Que al parecer es de lo que le faltan a casi todos.
Con mis mejores deseos para el nuevo año gregoriano. Feliz cambio climático.
Tito